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El origen sutil del síntoma

¿Por qué enfermamos? ¿Cuál es la causa que origina mi enfermedad?” Preguntas que quien ha tenido que pasar o en este momento está atravesando un proceso que denominamos enfermedad seguramente se ha preguntado. Y como en todo, hay distintos niveles de respuesta según la profundidad a la que se quiera llegar.

En este artículo, iniciamos un recorrido hacia encontrar esa causa original, la primigenia, esa desde la cual se precipitan las respuestas de nuestro organismo plasmando lo que mal llamamos enfermedad. Un recorrido que nos llevará varias entradas, las cuales prometo que una vez recorridas, cambiarán tu percepción de lo que hasta ahora entiendes por enfermedad, y que te aportarán las claves con las que adueñarte del proceso que estás atravesando, orientándote a que encuentres por ti mismo tu respuesta ante tu enfermedad.

Lo primero que tenemos que entender es que estamos encarnados en un organismo biológico que como tal, tiene por objetivo nuestra propia supervivencia y la supervivencia de la especie, en este caso la humana. Un organismo que constantemente está en adaptación al medio que le rodea y que por tanto, gran parte de su energía está destinada a eso, a adaptarse a las distintas situaciones y condiciones tanto externas como internas. Y en ese sentido somos exactamente igual que todos los organismos vivos que conocemos. Aunque cada especie tenga su nivel de evolución distinto, el objetivo del organismo es el mismo, supervivencia y adaptación.

Cuanto más evolución, las respuestas son más complejas y elaboradas, que no quiere decir que sean inteligentes per se. En el caso de los humanos interviene una parte fundamental que en otras especies no, que es el raciocinio lógico, la capacidad de elaborar pensamientos y respuestas en las que intervienen distintos centros neurológicos que van desde nuestro cerebro primitivo – reptiliano – encargado de nuestros necesidades, impulsos y respuestas básicas como la de lucha o huida, hasta la corteza cerebral, donde se elaboran los procesos más complejos.

Y ¿por qué te cuento todo esto?, porque somos organismos en continua adaptación al medio que nos rodea y nuestro cuerpo responde automáticamente ante todos los estímulos que reciba tanto internos como externos, los hagamos conscientes o no. Existe en nosotros cierta inteligencia -que yo llamo biología- que se encarga de responder automáticamente a todo estímulo, activando los distintos sistemas de nuestro organismo. Esa “inteligencia” es la encargada de que mientras tú estás ocupado realizando la actividad que sea, por ejemplo, leyendo este artículo, tus pulmones realicen el proceso respiratorio, tu corazón vaya exactamente al ritmo adecuado y que la manzana que te has comido hace 20 minutos sea absorbida en tu intestino, entre otras literalmente millones de respuestas celulares por minuto. Además también se encarga de elaborar y ejecutar la respuesta de tu organismo cuando te dice algo tu jefe, o tu marido o mujer, o cuando te dan una mala noticia… Antes incluso de que percibas dentro de ti, en forma de pensamiento, la respuesta de tu cerebro, tu organismo ya ha respondido según el estímulo recibido: tu musculatura se tensa o se relaja, tus vasos sanguíneos se dilatan o se constriñen, tus glándulas segregan más o menos hormonas, etc. y esa respuesta orgánica “tú no la controlas”.

Entonces… ¿de qué depende que esa “inteligencia automática” responda de una manera o de otra? ¿de qué depende que el estímulo que recibamos lo entendamos como una agresión hacia nosotros o como un estímulo placentero? ¿de qué depende que una misma situación, para una persona se compute como algo negativo, y para otra, esa misma situación, sea positiva? Como primera respuesta, y a modo de apertura del tema, os diré que depende directamente de nuestro sistema de percepción, que a su vez depende – simplificando mucho el proceso – de nuestro sistema de creencias. En función de nuestra estructura de pensamiento, es decir, de lo que para nosotros sea “bueno o malo” “positivo o negativo”, nuestra biología va a responder de una manera u otra. -ya desarrollaremos este punto en otros artículos-.

Y ahora te pregunto… ¿Qué sucede cuando no tenemos una respuesta ante el evento que sucede? ¿Qué sucede cuando nuestro cuerpo no es capaz de adaptarse al medio, a una situación concreta o a un estímulo determinado? Nuestro organismo igualmente va a tratar de adaptarse constantemente con las herramientas que posee, y no va a descansar hasta que la tensión psíquica que produce un conflicto de carácter biológico disminuya, bien porque ese conflicto se resuelva o bien porque hayamos logrado adaptarnos a esa situación. Y resolverse a nivel biológico no siempre significa que tenga un “final feliz” para nosotros. Si esa situación o conflicto, es duradero en el tiempo, nuestro organismo va comenzar a dar síntomas de que algo no va bien: falta de apetito, estrés psíquico, falta de sueño, manos frías, pérdida de peso de forma acelerada… son las primeras señales que en lo denso, en lo físico podemos leer. Si eso continúa en el tiempo, estas señales se acentúan cada vez más, llegando incluso a desarrollarse nuevos tejidos – llamados tumorales – en nuestro organismo en un intento de adaptación. Cuando hemos encontrado respuesta, cuando hemos solucionado el conflicto, o cuando nos hemos adaptado a la nueva situación, la tensión psíquica desciende y nuestro organismo responde también ante eso, reparando todo el “desgaste” que la situación ha producido en nuestro organismo. En ese punto aparecerán síntomas de fiebre, inflamaciones, infecciones, dolor… que es lo que comúnmente llamamos “estar enfermo”.

Convergiendo hacia un primer nivel de respuesta, es posible afirmar que, dado que nuestro organismo está en constante adaptación, cuando entramemos una situación ante la que no tengamos respuesta, nos pille desprevenidos, y esa situación sea lo suficientemente intensa como para llevarnos a un estado de “estrés o preocupación constante”, todo nuestro organismo se “pondrá manos a la obra” hacia solucionar esa situación. Y en ese intento de adaptarse y/o solucionar esa situación, es donde es posible que aparezcan los síntomas que nosotros denominamos “de enfermedad”.

Sin embargo, es esto sólo la superficie de la respuesta a nuestra pregunta… ya que de aquí irremediablemente se originan más preguntas que tendremos que responder: ¿De qué depende que yo tenga un síntoma u otro, una enfermedad u otra? ¿Qué influencia tiene nuestro sistema de creencias sobre esas respuestas de nuestro organismo? Incluso preguntas que van mucho más allá que todo eso… ¿Por qué a mí… por qué me ha sucedido esa situación o conflicto? Preguntas que destapan nuestra cabeza y que nos exigen ir mucho más allá de lo establecido.

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